Jorge Farid Gabino González
Escritor, articulista, profesor de Lengua y Literatura
La violencia desatada días atrás en diferentes regiones del país, como parte de las protestas llevadas a cabo por el alza de los precios de los combustibles y de los llamados productos de primera necesidad, ha vuelto a poner en entredicho ese discurso manido y demagógico, esa perorata empalagosa y tercermundista, con que el presidente Castillo ha venido llenándose la boca desde el momento mismo en que inició su gestión: que la prioridad de su gobierno será siempre el pueblo, el pueblo y nada más que el pueblo. Nada más lejos de la verdad, por supuesto. Basta recordar, de hecho, la serie de iniciativas de gobierno nefastas y los nombramientos escandalosos de altos funcionarios, por poner solo un par de ejemplos, para darnos cuenta en el acto de que la práctica ha demostrado hasta el hartazgo que si hay alguien a quien los intereses de esa entelequia llamada pueblo le importa un maldito carajo, ese alguien es el señor Pedro Castillo.
Porque ¿de qué otra manera habría que entender si no el que pudiendo designar en los principales puestos de la administración pública a gentes verdaderamente cualificadas para dichos cargos, lo que ha hecho hasta ahora ha sido, más bien, todo lo contrario, esto es, dar cabida a cada impresentable, a cada bribón, a cada granuja, con lo que lo único que ha conseguido es perjudicar aún más a ese ya de por sí bastante afectado pueblo? Si sabido es que, si no se cuenta con profesionales competentes en el ejercicio de sus funciones, capaces de desenvolverse con solvencia en los puestos que les fueron encomendados, más temprano que tarde se acabará sufriendo las consecuencias de ello, ¿por qué, entonces, seguimos pareciendo los efectos de la irresponsabilidad de un sujeto que parece no ser capaz de darse cuenta de que lo único que conseguirá si sigue por ese camino es sumir al país en una crisis social de tales dimensiones que muy probablemente ya no exista retorno posible?
Con un Congreso incapaz de situarse a la altura de las circunstancias, de dejar de lado aunque sea por un momento sus intereses personales y ponerse de acuerdo para terminar de una vez por todas con este espectáculo deprimente en que se encuentra convertido el gobierno de Castillo desde el inicio de sus funciones, no ha de sorprendernos en absoluto que sea la población la que haya comenzado a tomar medidas ante la inacción de los llamados a tomar acciones que nos liberen de la crisis en que nos encontramos inmersos. Esa misma población a la que, como decíamos arriba, Pedro Castillo se ufanaba de representar y, sin embargo, lo único que estaba sabiendo hacer hasta el momento era perjudicarla debido a la serie de decisiones irresponsables con que día a día hunde al país cada vez más en la miseria, en el caos, en la anarquía.
Así, los peruanos hemos visto levantarse a la ciudadanía en su conjunto en un acto de inusitada destemplanza para decirle “basta” al impresentable del sombrero. Para alzar su voz de protesta por la forma en que viene jugando con los destinos del país como si de su chacra se tratara. Y lo ha hecho, entre otras cosas, también para demostrar que ese pueblo del que el sujeto aquel se arroga la representación ya no está dispuesto a respaldar las imbecilidades con las que cada vez que abre la boca o toma alguna decisión de gobierno acaba por perjudicar a absolutamente todos los peruanos.
Pues cualquiera con dos dedos de frente se puede dar clara cuenta de que el Perú no podrá soportar cinco años en las condiciones en que ahora se encuentra. No hay forma, a decir verdad, de que ningún país, por más económicamente estable que se encuentre, pueda resistir a los embates dementes con los que prácticamente a diario se lo pone al borde del abismo como es que ocurre hoy con el Perú. De modo que, si no se hace algo pronto, algo que rompa de una vez por todas con la telaraña de corrupción e ineficiencia en que se encuentra envuelto el país por culpa del granuja de marras, lo que quede del Perú para cuando este culmine su mandato difícilmente podrá ser reconocido por nadie.
Habremos retrocedido décadas enteras. Y no solo por las razones ya dichas, que de por sí son motivo más que suficiente para irnos al carajo, sino además porque las circunstancia actuales en que se debate el mundo entero a causa de la pandemia y de la amenaza de extensión de la guerra entre Rusia y Ucrania dejan a nuestro país especialmente proclive a sufrir esos daños colaterales que dado el contexto político que ahora vivimos amenazan con dejarnos incluso peor de lo que estaríamos si, en lugar de ser Ucrania la víctima del demencial ataque ruso, lo hubiese sido el Perú. Ni más ni menos que eso. Cual si fuésemos víctimas de una guerra. Por lo pronto, ya tenemos los primeros muertos; aunque los principales medios de comunicación, inexplicable, incomprensiblemente, insistan en no querer verlos.