Por Arlindo Luciano Guillermo
He leído Náufragos de la noche con interés desmedido, sin el afán de un crítico literario, sino de lector obstinado y acostumbrado al reto literario, disfrutando la vida nocturna y bohemia, en la ciudad de Huánuco, de un grupo de amigos cercanos y afines autodenominado El Grupo de los Seis. El estilo de Samuel Cárdich tiene un sello personalísimo. Él sabe que la ficción y la factura estética, el rigor del lenguaje y la estructura es el fin supremo de la creación literaria.
Náufragos de la noche (2022) es la tercera novela de Samuel Cárdich. Las afirmaciones del personaje Checo es una clave. Les dice a Micki, Demetrio y Oché: “… ¿saben ustedes que la ficción es diferente a la mentira? La mentira no es la realidad, pero la ficción es la realidad pasada por la imaginación” (Pág. 188). El novelista no ha escrito una crónica periodística ni un testimonio personal; reconstruye la vida y la amistad del Grupo de los Seis tal como las recuerda, con ingredientes de la realidad histórica de Huánuco. La bohemia del Grupo de los Seis es el núcleo de la novela. El narrador es polifónico: a veces en singular o plural, a veces diálogo o monólogo, Checo conversa con el interlocutor Manuel, escuchamos a Micki o a la infeliz Julieta en el Rancho Grande.
Náufragos de la noche ostenta una envergadura mayor, con aliento más audaz y considerable material real transformado en ficción literaria. Desde el título se advierte una connotación poética. Los inseparables amigos son bohemios, noctámbulos de los sábados que deambulan por la ciudad al amparo de la música, la poesía, la juventud lozana, la conversación y la amistad. De esa bohemia, simbolizada en el naufragio, solo sobreviven algunos; los demás sucumbieron ante la muerte o la ausencia total.
En Náufragos de la noche están presentes los grandes temas de la literatura universal: la vida cíclica, el amor apasionado, la muerte inminente y la fugacidad del tiempo. Checo, el narrador de primera línea, es un empleado público, bohemio intenso y al cuidado de su madre enferma, que luego fallece, ante un interlocutor reconstruye, con saltos de espacio y tiempo, actualidades y retrocesos al pasado, con el poder de la memoria y avivado por la nostalgia y el recuerdo imperecedero, las vivencias sabatinas con alcohol y compañía de noctámbulos en el bar el Bielo, el Calicanto, El Amigo, La Página 11, el Bar de Pepe Jara o los burdeles El Rancho Grande y El Rancho Chico. Entonces no hay modo de evadir la vigencia de los versos del poeta Jorge Manrique: “Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte / contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando; / cuán presto se va el placer; / cómo después de acordado / a dolor; / cómo a nuestro parecer / cualquiera tiempo pasado / fue mejor”. El narrador-protagonista dice en plural: “Vivíamos el aquí y el ahora, el momento de la noche que teníamos al alcance para gastarlo a discreción. El presente era nuestro tiempo: la hora presente, la noche presente”. (Pág. 221).
Celebro la publicación de Náufragos de la noche como lector insomne que sabe que la literatura no es un acto de súbita inspiración o la presencia de las musas Calíope o Erato, sino el resultado (como en Gustavo Flaubert, Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa) de trabajo persistente, de elecciones pertinentes y de trascendencia, de lecturas de refuerzo y refresco, de muchas luchas diarias por una palabra exacta o una frase adecuada, la colocación escrupulosa de los signos de puntuación, la corrección ortográfica, de investigación e indagación pacientes de historias dispersas y perfiles de personajes a tono con las acciones y desenlaces. Esa labor infatigable sé que lo hace Samuel Cárdich. Así que la historia de Náufragos de la noche no le cayó del cielo ni apareció como por arte de magia. Ser lector de literatura me da una gran ventaja: leer con emoción, deleite y admirando la grandeza de un creador literario y los paradigmas que dejan sus personajes. Náufragos de la noche es una novela que atrapa como una telaraña poderosa al lector, va entregando a cuentagotas y con dosis in crescendo de suspenso las vivencias de los personajes bohemios, cultos, profesionales y devotos de la amistad elevada a categoría de himno universal por Alberto Cortez (“A mis amigos les adeudo la ternura / y las palabras de aliento y el abrazo / el compartir con todos ellos la factura / que nos presenta la vida, paso a paso”.). Esta novela revela la historia de hombres libres y felices del tiempo presente y una ciudad provinciana de gente apacible, sin grandes ideales, que los acoge generosa, acogedora, tolerante, sin pedirles una obra pública ni grandes hazañas; solo están interesados de disfrutar la vida los sábados y trabajar los demás días para la subsistencia.
Dice Mario Vargas Llosa en Cartas a un joven novelista: “La vocación literaria no es un pasatiempo, un deporte, un juego refinado que se práctica en los ratos de ocio. Es una dedicación exclusiva y excluyente, una prioridad a la que nada puede anteponerse, una servidumbre libremente elegida que hace de sus víctimas (de sus dichosas víctimas) unos esclavos”. Samuel Cárdich integra esta categoría de escritores cuya vida está al servicio de la literatura. Manuel Baquerizo Baldeón decía: “Cárdich es un gran poeta, mejor que muchos que viven, escriben y publican en Lima”. Samuel ya había publicado Hora de silencio, De Claro a oscuro y Malos tiempos. Apreciado Samuel, tus lectores leales y tercos, no somos náufragos como Oché, el gordo Ben, Micki o Pepelucho, sino navegantes felices leyendo tus ficciones literarias.