Por Israel Tolentino
Venecia es el lugar más extraño del mundo, desde el 20 de este abril se inició con el preopening la 59, Esposizione Internazionale d’ Arte mundial titulada: THE MILK OF DREAMS, miles de personas haciendo colas de horas y horas para apreciar de manera directa a las representaciones de cada país y las obras de los artistas invitados, especialmente por la curadora Cecilia Alemani.
Herbert Rodríguez (1959) es el artista elegido para representarnos en esta Bienal, junto con él los curadores Viola Varotto y Jorge Villacorta, un trío rodeado de personas e instituciones particulares como estatales auspiciando la representación. El viernes 22 se inauguró el pabellón nacional, con la muestra titulada: LA PAZ ES UNA PROMESA CORROSIVA, nombre redondo para englobar la propuesta Arte/Vida llevada hasta ahora por Herbert Rodríguez. Con la presencia de muchos connacionales, así como una persistente lluvia desde la madrugada que le dio un toque nostálgico al día, las cartas estaban sobre la mesa y toca, hasta dentro de seis meses, estar atentos a todo lo que sucederá en torno al Pavilion of Perú.
Lo primero que se aprende en esta experiencia es que mirar los hechos desde las fotografías o textos u otras elucubraciones personales, es la peor manera de acercarse a una acertada apreciación de la propuesta, su realización y el contexto en que se mueve. Es tanto lo que se debe observar y leer que se tendría que permanecer todo el medio año entre las salas del Giardino y El Arsenale.
Tantas cabezas, obras desde 10 X 20 cm. A 5 X 10 m. Desde una pared blanca con cierto cambio de tono a una tejida de cabo a rabo, del más largo video a una luz fosforescente, el cubo lleno y vacío, la performance y un jardín con piedras de canto rodado direccionando el paso, los aromas y sonidos constantes presencias, la luz y la oscuridad, la tierra hecha cerámica y el mar, el cuerpo, la flora y la fauna, la Bienal de Venecia, una cantidad de información capaz de agotar al más atlético de los artistas.
Herbert Rodríguez nos representa y es desde lejos la mejor imagen de este Perú que se acuchilla en cada estamento, antes de iniciar la construcción, antes de saltar a la piscina llena de tiburones. Desde la comodidad del país, sobre todo desde el sillón, tu cerveza y Facebook, es fácil ejercer lo que en política sabiamente llaman “opinólogo” y parece que mientras haya una mayoría en ese bando, nada se podrá esperar de quienes serán los futuros representantes.
Es como si viviéramos en un constante trauma de alentar a un representante por el miedo a perder, ser derrotado. Valgan verdades, en arte estamos como en el fútbol, jugando al repechaje y no es por falta de material humano, es por falta de fogueo internacional. Los artistas hacen lo que pueden, los críticos, curadores, galerìstas, etc. todos con su esfuerzo y dinero, por su cuenta, con el riesgo de retornar al país donde les espera un callejón oscuro desde el aeropuerto Jorge Chávez, hasta quién sabe cuánto tiempo, pues luego de la batalla todos somos generales.
Herbert Rodríguez, como el 2019 Christian Bendayàn nos representan bien, que te toque probar este pastel luego que has probado los pabellones cabeza de serie y los “invitados” ubicados estratégicamente, es otra cuestión. Latinoamérica tiene nombres por lo que los visitantes van corriendo, así como el serpenteante cola pagando 25 euros para ver a Anselm Kiefer y los volvería a pagar. La muestra de Herbert tiene la pulcritud que solamente se puede lograr desde la precariedad peruana, como me dijo un amigo artista de otra nacionalidad, “han conseguido hacer una virtud de las carencias” y oírle a él elogiar la obra de Herbert, nuevamente, ante una curadora Latinoamericana en otro momento del recorrido. La lectura en el recorrido de cada panel herberiano es el Perú, patria que cuesta reconocer, llena de complejos, que desde mi región consideraba que era sólo por allá y mirando, desde este centro artístico, darme cuenta de que es un complejo que nos une como nación y que tranquilamente se podría voltear a nuestro favor, como el fútbol. Seguir dándole vueltas a las repetidas preguntas de las elecciones, los presupuestos y otra burocracia de siempre, es caer en la demagogia de cada cierta cantidad de tiempo, donde artistas y muchos “sinólogos” dicen sus sacrosantos dogmas, siempre tienen la razòn y nunca cambian, pero, no hacen nada por presentar alternativas, lo que hace Herbert en esta Bienal suma y mucho, no invalida otras propuestas ni a otros artistas. Hay que hacer bien el papel de hinchada cuando toque y cuando se deba criticar que sea en su momento. Seguramente luego de desmontada cada Bienal, la representación nacional hará un balance de su participación y dejará como una memoria para el siguiente, se debe exigir y hacer que el representante transmita toda esa experiencia en un significativo número de presentaciones en las escuelas de arte, centros culturales y todos los espacios artísticos posibles. No olvidemos que estamos en proceso de aprendizaje, al menos desde donde me llega el ruido del “vaporetto” siento eso. Felicitaciones querido Herbert Rodríguez y a todos los que nos han representado, como dice una amiga cusqueña, jugar en esta inhóspita tierra es difícil.
Venecia, abril 2022